A veces me preguntan los hermanos del primer mundo qué podrían hacer ellos por el tercer mundo. Yo les digo, lapidario: "suicídense".
Y se asustan. No entienden, de momento. Claro, a nadie le gusta suicidarse, y por otra parte no parece éste un consejo propio de la boca santa de un obispo. Y les digo: "pues sí, suicídense en cuanto primer mundo". Y ésa es una convicción que ni san Pedro me va discutir: habrá tercer mundo mientras haya primer mundo.
Para que haya primer mundo tiene que haber un tercer mundo dependiente, sometido, a su servicio, a suficiente distancia en el progreso, con mano de obra barata, con un suelo y subsuelo de explotación, y donde ellos, los del primer mundo, puedan plantarnos sus grandes conjuntos industriales de polución, lo que ellos no quieren... Sólo así es posible el primer mundo. A costa del tercero.
Por eso, para que deje de haber tercer mundo hay que acabar con el primero. Y ellos son los que deberían comenzar. Por eso es por lo que les digo: "suicídense". Y si la Iglesia y la llamada sociedad occidental "cristiana" no se convencen de eso, no hay salida. Pero, triste papel histórico -dentro de la historia de la salvación, que es la única historia- el de una sociedad y una Iglesia -"cristianas", para más "inri"- que no llegaran a captar ésta su mayor responsabilidad en esta hora histórica...
(Pedro Casaldáliga, El vuelo del Quetzal; foto de supmarilore)
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